Óscar
Arnulfo Romero y Galdámez; Ciudad Barrios, 1917 - San Salvador, 1980 Arzobispo
salvadoreño. Formado en Roma, inició su carrera eclesiástica como párroco de
gran actividad pastoral, aunque opuesto a las nuevas disposiciones del Concilio
Vaticano II. En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de El Salvador, y en 1974
obispo de Santiago de María.
(Monseñor Romero con Jóvenes de la Ciudad de San Miguel)
En
esta sede comenzó a aproximarse a la difícil situación política de su país,
donde desde hacía décadas gobernaba el Ejército. Se implicó de lleno en la
cuestión una vez nombrado arzobispo de El Salvador en 1977. Sus reiteradas
denuncias de la violencia militar y revolucionaria, que llegaba hasta el
asesinato de sacerdotes, le dieron un importante prestigio internacional. Ello
no impidió que, al día siguiente de pronunciar una homilía en que pedía a los
soldados no matar, fuese asesinado a tiros en el altar de su catedral.
Era
hijo de Santos Romero y Guadalupe Galdámez, ambos mestizos; su padre fue de
profesión telegrafista. Estudió primero con claretianos, y luego ingresó muy
joven en el Seminario Menor de San Miguel, capital del departamento homónimo.
De allí pasó en 1937 al Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde se formó con
jesuitas. En Roma, aunque no llegó a licenciarse en Teología, se ordenó
sacerdote (1942).
El año
siguiente, una vez vuelto a El Salvador, fue nombrado párroco del pequeño lugar
de Anamorós (departamento de La Unión), y luego párroco de la iglesia de Santo
Domingo y encargado de la iglesia de San Francisco (diócesis de San Miguel).
Trabajador y tradicionalista, solía dedicarse a atender a pobres y niños
huérfanos. En 1967 fue nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal de El
Salvador (CEDES), estableciendo su despacho en el Seminario de San José de la
Montaña que, dirigido por jesuitas, era sede de la CEDES. Tres años después el
papa Pablo VI lo ordenó obispo auxiliar de El Salvador.
Crítico
por entonces de las nuevas vías abiertas por el Concilio Vaticano II
(1962-1965), Monseñor Romero no tuvo buenas relaciones con el arzobispo Chávez
y González, ni tampoco con un segundo obispo auxiliar, Arturo Rivera y Damas.
Movido por aquella postura, cambió la línea del semanario Orientación (que
desde entonces disminuyó notablemente su difusión). También atacó, sin
demasiado efecto, al Externado de San José y a la Universidad Centroamericana
(UCA), instituciones educativas dirigidas por jesuitas y, finalmente, a los
propios jesuitas, contribuyendo a apartarlos en 1972 de la formación de
seminaristas (sustituidos por sacerdotes diocesanos y nombrado él mismo Rector,
el Seminario debió cerrar medio año después).
A
pesar de esta serie de fracasos, gozaba del apoyo del Nuncio Apostólico de
Roma, y fue nombrado obispo de Santiago de María en 1974. De gran dedicación
pastoral, promovió asociaciones y movimientos espirituales, predicaba todos los
domingos en la catedral, y visitaba a los campesinos más pobres. Bien visto por
ello entre los sacerdotes de su diócesis, se le reprochó cierta falta de
organización y de individualismo. En 1975, el asesinato de varios campesinos
(que regresaban de un acto religioso) por la Guardia Nacional le hizo atender
por primera vez a la grave situación política del país.
Así,
cuando el 8 de febrero de 1977 fue designado arzobispo de El Salvador, las
sucesivas expulsiones y muertes de sacerdotes y laicos (especialmente la del
sacerdote Rutilio Grande) lo convencieron de la inocuidad del gobierno militar
del coronel Arturo Armando Molina. Monseñor Romero pidió al Presidente una
investigación, excomulgó a los culpables, celebró una misa única el 20 de marzo
(asistieron cien mil personas) y decidió no acudir a ninguna reunión con el
Gobierno hasta que no se aclarase el asesinato (así lo hizo en la toma de
posesión del presidente Carlos Humberto Romero del 2 de julio). Asimismo,
promovió la creación de un "Comité Permanente para velar por la situación
de los derechos humanos".
El
Nuncio le llamó al orden, pero él marchó en abril a Roma para informar al Papa,
que se mostró favorable. En El Salvador, el presidente endureció la represión
contra la Iglesia (acusaciones a los jesuitas, nuevas expulsiones y asesinatos,
atentados y amenazas de cierre a medios de comunicación eclesiásticos). En sus
homilías dominicales en la catedral y en sus frecuentes visitas a distintas
poblaciones, Monseñor Romero condenó repetidamente los violentos atropellos a
la Iglesia y a la sociedad salvadoreña.
(Monseñor Romero antes de oficiar una homilia en San Salvador)
En
junio de 1978 volvió a Roma y, como la vez anterior, fue reconvenido por
algunos cardenales y apoyado por Pablo VI. Continuó, pues, con idéntica actitud
de denuncia, ganándose la animadversión del gobierno salvadoreño y la
admiración internacional. La Universidad de Georgetown (EE.UU.) y la
Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le concedieron el doctorado honoris
causa (1978 y 1980 respectivamente), algunos miembros del Parlamento
británico le propusieron para el Premio Nobel de la Paz de 1979, y recibió en
1980 el "Premio Paz", de manos de la luterana Acción Ecuménica de
Suecia.
Aunque
no hay certezas al respecto, se ha afirmado que el 8 de octubre de 1979 recibió
la visita de los coroneles Adolfo Arnoldo Majano Ramos y Jaime Abdul Gutiérrez,
quienes le comunicaron (también al embajador de Estados Unidos) su intención de
dar un golpe de estado sin derramamiento de sangre; llevado a efecto el 15 de
octubre, Monseñor Romero dio públicamente su apoyo al mismo, dado que prometía
acabar con la injusticia anterior. En enero de 1980 hizo otra visita más a Roma
(la última había sido en mayo de 1979), ahora recibido por Juan Pablo II, que
le escuchó largamente y le animó a continuar con su labor pacificadora.
Insatisfecho
por la actuación de la nueva Junta de Gobierno, intensificó los llamamientos a
todas las fuerzas políticas, económicas y sociales del país, la Junta y el
ejército, los propietarios, las organizaciones populares, sus sacerdotes e
incluso a los grupos terroristas para colaborar en la reconstrucción de El
Salvador y organizar un sistema verdaderamente democrático. El 17 de febrero de
1980 escribió una larga carta al presidente estadounidense Jimmy Carter,
pidiéndole que cancelase toda ayuda militar, pues fortalecía un poder opresor.
(Jóvenes cargando mural de Monseñor Romero)
Finalmente,
el 23 de marzo, Domingo de Ramos, Monseñor Romero pronunció en la catedral una
valiente homilía dirigida al Ejército y la Policía. Al día siguiente, hacia las
seis y media de la tarde, durante la celebración de una misa en la capilla del
Hospital de la Divina Providencia, fue asesinado en el mismo altar por un
francotirador. Se atribuyó el crimen a grupos de ultraderecha, afirmándose que
la orden de disparar habría sido dada por el antiguo Mayor Roberto D'Aubuisson
(uno de los fundadores, posteriormente, del partido Alianza Republicana
Nacionalista, ARENA); sin embargo, no se detuvo a nadie y todavía en la
actualidad permanecen sin identificación y castigo los culpables.
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